domingo, 12 de julio de 2015

Marianne Moore, cuando compro cuadros



Cuando compro cuadros
o- lo que está más cerca de la verdad-
cuando contemplo aquello de lo que me puedo imaginar dueña,
prefiero lo que podría darme placer en cualquier momento:
la sátira de la curiosidad en la que sólo es discernible
la intensidad del ánimo;
o justo lo contrario – la antigüedad, la sombrerera con adornos medievales
en la que aparecen sabuesos con cinturas que se estrechan como la del reloj de arena,
ciervos, aves y gente sentada.
Puede ser simplemente una losa, tal vez una biografía literal
(con letras espaciadas, sobre una especie de pergamino),
una alcachofa con seis tonos azules, el tripartito jeroglífico con patas de agachadiza,
la cerca de plata que protege la tumba de Adán o Miguel tomando a Adán por la muñeca.
El énfasis intelectual demasiado estricto sobre cual o tal cualidad
merma el placer.
No debe pretenderse desarmar nada, ni tampoco debe honrarse a la ligera el éxito generalizado,
aquello que es grande por que otra cosa es pequeña.
En conclusión: sea lo que fuere,
debe estar “iluminado por miradas penetrantes en la vida de las cosas”,

debe reconocer las fuerzas espirituales que los crearon.





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